viernes, 20 de noviembre de 2009

Cansancio anti-gravedad


Las pupilas se esconden detrás de cada pestañeo pesado, al punto tal que ya no diviso mis ojos. Las acciones se congelan, las gotas de lluvia superaron la gravedad y se encuentran flotando en la nada. Allí, mientras traspaso el tiempo, me doy cuenta que nada se ha detenido. El ritmo es tan rápido que no me doy cuenta que me deja atrás.

Veo pantallas: letras, espacios, caracteres, letras, espacios, caracteres. Es lo que graba mi memoria visual entre las asignaciones, las noticias redactadas, las guías leídas y los trabajos de investigación. Las comidas son dietéticas, cada vez más comprimidas y en menores proporciones.

Un encierro, la soledad es el carcelero. Aunque no pida nada a cambio, me acribillan los dardos de esa sorpresa que te desgana. El tiempo para mí es indetenible pero nunca agotable. Quizás es que he sabido pelearle y manejarlo como goma elástica. Pero el tiempo que me dedican es un resorte, cada vez más corto, más retractable.

Los desvelos se alimentan de la fe en mi misma. Cuando esa confianza decide esconderse entre mis ojeras, me apoyo en la fe que otros tienen en mi. Bueno, cuando esos otros están. Cuando a esos otros no los ha secuestrado su día a su día, sus propios desvelos. Descansaré sabiendo que las horas no son suficientes. Despertaré sintiendo que nada ha cambiado, nada es diferente.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Crónica de un retraso anunciado


5:15 y apenas bajando las escaleras desde el último piso. Mientras camino hacia la parada voy dejando el rastro de las preocupaciones del trabajo, voy cambiando la mente hacia el modo universidad.

Gente y más gente, carros parados y los choferes matando el tiempo mientras esperan poder seguir su rumbo. Pensamientos rápidos que me permiten decidirme: me voy caminando.

6:07, un lamento cristalino desciende sobre el rostro pálido. Cabello amarrado, franela blanca salpicada de las gotas de lluvia. Uñas vinotinto y los pies llenos del agua sucia de los charcos que se acumulan. Perfumada con el humo que se agrupa en las calles. Con fragancia de lágrimas, sudor y resignación.

Se me cayó la esperanza pero era muy tarde para regresar a recogerla. Así que, desesperanzada, seguí los pasos rápidos pensando que mi retraso se venía llegar desde el momento que cerré la puerta de vidrio de la oficina.

6:43, llegué a la escuela. Esperaba ver una cara conocida para derrumbarme en llanto apenas saludara. No hay nadie, no hay tiempo.

11:31, le envío un mensaje que sé que no responderá. No he dormido, no he tenido tiempo. Mientras corrijo las páginas del semanario recuerdo que debo apurarme para que esté impreso para mañana. Las implacables manecillas en mi contra.

No puedo conseguirme a mis amigos, no puedo sentarme a tomar un café. Duermo por pocas horas, no hay tiempo. No descanso, como mi almuerzo apurada (si es que almuerzo como debe ser), camino sabiendo que ya voy atrasada. No hay tiempo para vivir.

Ya no digo cómo me siento, ya me guardo las cosas que me pasan. Lo último que quiero es contagiarle la epidemia a alguien más. Creo que me quieren, pero no tengo tiempo para sentirme querida. Crueles, fríos y despreocupados, así son los minutos.

En cada parpadeo se me van los segundos, en cada pensamiento se me van las ganas. No he hablado, no hemos hablado. Escribo pero no tiene caso. Ya pasaron más instantes, ya no los podré recuperar. Dormiré menos, otro retraso anunciado. Me quejo, no mejoro, no hay tiempo...