Ya no
más "¿y si?", no más preguntas seguidas de tres puntos suspensivos que
contienen incertidumbre. Está la seguridad de que el camino emprendido
no tiene un desvío que permita volver a los mensajes matutinos, a los
estimulantes sin efectos perjudiciales.
Terminé
por encontrarle lo distinto a los recorridos matutinos que antes
consideraba aburridos. Hace unos días venía una mamá de ventitantos
llevando a su hijo por la mano, repasando la exposición que haría horas
más tarde.
Siempre
están las personas sentadas en ese muro de la fuente. No se detienen a
mirar el agua correr. Están paralizados, a la espera de que el reloj
siga su curso. El semáforo en rojo, comienzo a caminar y está la mirada
que cruzo con ese extraño. Le cuento mi historia, pero no logramos
leernos las pupilas. Siguen las manecillas corriendo y se acerca la hora
para comenzar otro día de trabajo.
El
vigilante bosteza. Habrá estado cumpliendo otro turno, en ese segundo
empleo que le permite ganar un tanto más. Miro hacia arriba agradeciendo
un día más, pidiendo nuevas horas de aprendizaje.
La
línea para tomar el ascensor empieza a hacerse larga. Marco la tarjeta,
ocho pasos hasta el ascensor. Se cierran las puertas de lo que pretende
ser una "cabina express". Pienso en ti. Hago suposiciones de lo que
puedes estar haciendo. Me cuestiono, interrogo, queriendo saber si me
tienes en mente. No es así. Pero ya se detuvo el elevador. Halo la
puerta de cristal y suspiro, un nuevo día sin ti.
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