lunes, 18 de abril de 2016

Cumpliendo una vuelta al sol desde el país austral





Llegué en el abril de las hojas caídas. Pasé aduana repitiendo mentalmente “no hagas de ésta una escena de película”. No volteé a mirar lo que dejaba atrás. Me quedé con lo que le dije a mi hermana resonándome en un eco interior. “Hasta que nos volvamos a ver, bebé”.

Una vuelta entera al sol ya ha transcurrido. Hoy ya volví a calzarme las botas que tenía guardadas desde noviembre. Y es que estoy cumpliendo un año en la tierra austral, a la que llegué entrado el otoño.

Un ciclo con más bajos que altos. Un año de interioridad en el que me he sorprendido a mí misma. Descarté la bipolaridad y entendí lo que es ser frágil, asumiendo la volatilidad de mis emociones. Complejo, pero a la vez un aprendizaje que no para. Entre dedicarme tiempo a descifrar mi ecuación interna con todas sus variables, traducir los chilenismos, comenzar a aplicar términos locales, perderme varias veces y caminar en la dirección opuesta, así transcurrió mi año de estreno como inmigrante.

Santiago, gracias por conquistarme de a poquito. No sé si es por tener nombre masculino, pero día a día encuentro motivos para quedarme. Me das razones pequeñas, que considero suficientes para auto-convencerme. Tu cordillera no es mi Ávila y tus estaciones cambiantes son motivo de discusión en nuestra relación de pareja. Pero con todo y eso, ganaste. Seguiré contemplando con nostalgia tus montañas y abrigándome para sobrevivir tus ataques de histeria climáticos. No te molestes. Ya llegué y es para quedarme.

Caracas, siempre Caracas. Te sueño todavía. Despierto con el recuerdo mental de que estoy rodando por tus calles. Tu clima perfecto. Tu gente bonita. A un año todavía me cuesta superar nuestra ruptura. Ese día que decidí irme y llevé una maleta más pesada de melancolía y angustia que de ropa.

A todos los que comparten un viaje como el mío, a todos los que se han sumado a mi recorrido. Gracias. Y seguimos, por la siguiente vuelta, y las que vendrán.

1 comentario:

Beto dijo...

Caracas no se olvida, ni desaparece. Esa relación sigue ahí, silenciosa, a la espera. Puedes enamorarte de cuantas ciudades quieras y sentir en su acogida ese calorcito que sabe a hogar, pero Caracas es Caracas, y nos duele como una extremidad más.

Ese año que has vivido allí te ha ayudado a seguir creciendo, a seguir madurando, y dentro de lo bueno y lo malo, la experiencia, que es lo más valioso, y el aprendizaje, ahí quedan, serán tus marcas de guerra y a la vez tu marca de identidad.

Eres única Andre.