domingo, 1 de mayo de 2016

Recuerdo fugaz de una mañana de otoño




Asomo una mano para sacarme la duda de si podré caminar sin sentir que se me congelan los dedos. Dentro de la chaqueta, siento que aún la muñeca no se decide de si aventurarse o no al vacío. Después de todo, el motivo del desafío sería sólo desbloquear la pantalla del teléfono y revisar las últimas notificaciones.

Y en esa batalla de microsegundos, mi cerebro interviene para dibujar mentalmente la palabra “masoquista”. Bajo la mirada, reviso mis pasos de los pies cubiertos por las botas. La brisa constante que golpea suavemente mi cara me confirma que tal vez el otoño cedió y dejó que ganase el invierno. El frío que se va adueñando silenciosamente, y que susurra un poco más alto en las noches.

Mientras ando, intento encontrar otros rostros y adivinar sus pensamientos pero los ojos se muestran cabizbajos. Deciden no ser delatores de sus dueños. Me pierdo en los pensamientos del futuro breve y en el deseo de estar en mi cama sólo tomando te. Tomando te. O tomándote. Cualquiera de ambos sería el perfecto acompañante de esta melancolía que ha sido la mayor víctima del cambio de estación. Te recuerdo como quien merece ser recordado, y eso me reclamo durante esos instantes estirados. 

Pausa. Ordeno que se detengan los pensamientos. Decido que ya perdí suficiente tiempo enfrentando mis manos con las señales cerebrales. Sucumbo ante la curiosidad. Oprimo la tecla del medio del aparato que se ha convertido en mi mejor amigo. 
Se disipa la mínima esperanza que apenas mantenía. Sin novedad. Sin actividad reciente. Sin mensajes.

Retumba un “te lo dije” interior. Apuro los pasos. Respiro hondo.
Así comienza otra mañana típica de invierno otoñal. Buenos días.

No hay comentarios.: