Asomo una mano para sacarme la duda de si podré caminar sin
sentir que se me congelan los dedos. Dentro de la chaqueta, siento que aún la
muñeca no se decide de si aventurarse o no al vacío. Después de todo, el motivo del desafío sería sólo desbloquear la pantalla del teléfono y revisar las últimas
notificaciones.
Y en esa batalla de microsegundos, mi cerebro interviene
para dibujar mentalmente la palabra “masoquista”. Bajo la mirada, reviso mis
pasos de los pies cubiertos por las botas. La brisa constante que golpea
suavemente mi cara me confirma que tal vez el otoño cedió y dejó que ganase el
invierno. El frío que se va adueñando silenciosamente, y que susurra un poco
más alto en las noches.
Mientras ando, intento encontrar otros rostros y adivinar sus pensamientos
pero los ojos se muestran cabizbajos. Deciden no ser delatores de sus dueños.
Me pierdo en los pensamientos del futuro breve y en el deseo de estar en mi
cama sólo tomando te. Tomando te. O tomándote. Cualquiera de ambos sería el
perfecto acompañante de esta melancolía que ha sido la mayor víctima del cambio
de estación. Te recuerdo como quien merece ser recordado, y eso me reclamo
durante esos instantes estirados.
Pausa. Ordeno que se detengan los pensamientos. Decido que ya perdí suficiente tiempo enfrentando mis manos
con las señales cerebrales. Sucumbo ante la curiosidad. Oprimo la tecla del
medio del aparato que se ha convertido en mi mejor amigo.
Se disipa la mínima
esperanza que apenas mantenía. Sin novedad. Sin actividad reciente. Sin
mensajes.
Retumba un “te lo dije” interior. Apuro los pasos. Respiro
hondo.
Así comienza otra mañana típica de invierno otoñal. Buenos días.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario